CRISTÓBAL TRUJILLO RAMÍREZ

Publicaciones en el periódico La Patria

Sálvese quien pueda

Viernes, MARZO 11, 2022

Los medios de prensa locales y nacionales han publicado últimamente algunos artículos relacionados con los efectos que la pandemia ha dejado en los resultados de las pruebas Saber 11. La tesis de que este nefasto acontecimiento histórico ha aumentado las brechas de la calidad educativa entre la educación pública y la privada es un lugar común en ellos, y hacen alusión al estudio del Laboratorio de Economía de la Educación de la Pontificia Universidad Javeriana. Este concluye que hay un incremento de 7 puntos en las cifras, al pasar de 25 puntos en 2019 a 32 puntos en 2021, y las áreas de inglés, matemáticas y lenguaje son las que presentan el comportamiento más preocupante; adicionalmente, este estudio dice que durante la época más crítica de la pandemia, cuando se suspendieron las clases presenciales, el 16 % de los estudiantes de los colegios públicos debieron ocuparse laboralmente.
Muchas investigaciones se han adelantado con el fin de encontrar los factores asociados a la “calidad educativa”, infortunadamente vista solo desde los resultados de una prueba estandarizada. La calidad educativa es mucho más que los resultados de un examen, y lamentablemente en Colombia no hay medición alguna que evalúe todos los componentes que se debieran tener en cuenta para hablar de calidad. El Índice Sintético de la Calidad Educativa (ISCE) es apenas un tímido intento para alcanzar este noble y urgente propósito; pero con él tenemos un gravísimo problema, porque a pesar de que hemos hecho cualquier cantidad de intervenciones e implementado múltiples estrategias para evaluar la calidad de la educación pública colombiana, no tenemos un conocimiento real del diagnóstico.
Es como si un médico formulara a un paciente sin diagnóstico alguno, y ante este panorama solo quedan dos opciones: o el tratamiento será absolutamente estéril para el paciente o se atentará significativamente contra su vida. Al parecer, en el sistema educativo está pasando lo segundo, sencillamente porque cada día este paciente está más grave. Basta un ejemplo: la prueba con la cual el Icfes evalúa la calidad de la educación en el área de inglés escasamente mide reading; en efecto, la prueba no alcanza a medir speaking, listening y writing. No obstante, se evalúa de manera concluyente la calidad de los desempeños en lengua extranjera.
Pero volvamos al asunto, las investigaciones confluyen en factores comunes asociados a la calidad educativa: la situación socioeconómica, el nivel cultural de los padres y los ambientes del hogar. Sin una investigación muy exhaustiva, es demasiado fácil concluir que los resultados de las pruebas iban a desmejorar, dado que los ambientes del hogar y el nivel cultural de los padres son los aspectos que más vulneran a los estudiantes de los colegios públicos, y si a esto le sumamos que el 16 % de los jóvenes tuvieron que rebuscarse laboralmente para sobrevivir, es apenas lógico augurar los malos resultados.
No en vano la Corte Constitucional acaba de ordenar al Ministerio de Educación Nacional que en un plazo de seis meses debe adelantar una evaluación sobre las consecuencias de la pandemia en el sistema educativo nacional, y proponer un plan de intervención con estrategias de acompañamiento psicológico, nivelación de contenidos, reducción de los índices de deserción y focalización de la conectividad; adicionalmente, le dio un año de plazo para la formulación de una política pública de atención en situaciones de pandemia, catástrofes y calamidades.
Considero importantes las exigencias de la Corte, y con urgencia debemos ocuparnos del rezago en los procesos de aprendizaje, pues tenemos niños en tercero de básica primaria con graves problemas de lectoescritura, serias dificultades en sus desarrollos de pensamiento lógico-matemático y atrofias sicomotoras. Desde el punto de vista de los rezagos cognitivos, considero seriamente que se debe decretar una emergencia escolar que modifique transitoriamente los tiempos escolares y la promoción de grados, y que permita la posibilidad de atender con prontitud y eficacia los vacíos académicos que nos ha dejado la pandemia, pues si no se atienden inmediatamente, condenarán al fracaso la vida académica de muchos niños que apenas inician la bella aventura escolar.
Es inaceptable que en una nación seamos indiferentes ante esta tragedia y continuemos el desarrollo de un currículo rígido que no consulta los presaberes de los estudiantes y avanza sin la pausa que demandan aquellos que han pagado muy caro los costos de la pandemia. Pareciera ser que la consigna es “sálvese quien pueda”. Por lo tanto, preocupémonos más por los aprendizajes y menos por las pruebas; investiguemos más cómo elaborar una batería de indicadores que mida la calidad de la educación, antes que investigar el porqué se incrementa la brecha de la calidad educativa entre los colegios oficiales y los privados; atendamos con urgencia el clamor de centenares de niños que, luego de padecer las consecuencias de una pandemia, hoy sufren sin compasión el rigor de un currículo que los elimina y los excluye de la posibilidad de aprender: ¿para qué volver a la escuela si no tenemos la posibilidad de aprender?


Para que seas alguien en la vida

Viernes, Febrero 25, 2022

Don Farías es un vendedor ambulante de aproximadamente 55 años y tiene un hijo de 12 en una escuela pública, quien cursa sexto grado de básica secundaria. Llegaron a la ciudad buscando oportunidades comerciales en las pasadas ferias. Les agradó el ambiente, el clima y su gente, y decidieron darse una oportunidad en Manizales.
Un día, siendo las 6:30 a. m., cuando todos los niños son esperados en la puerta de la escuela en medio de un clima frío cargado de niebla que apenas deja ver el reloj que marca los 10° C, con el suelo mojado por la lluvia de toda la noche, se acercó don Farías con su vitrina portátil acompañado de su hijo Jerónimo. Luego de darle un beso y persignarlo, le dijo: “A estudiar con amor, hijo, para que seas alguien en la vida”.
Al decidir radicarse en esta ciudad, la primera y urgente gran necesidad del padre fue la de encontrar una buena escuela para el niño, pues considera que el sustento, la oportunidad laboral, el cómo ganarse la vida son cuestiones que pueden esperar, mientras que el estudio no.
Esta página memorable que la escuela nos regala a quienes tenemos la alegría de habitarla permite dos reflexiones que posiblemente motivarán en el lector otras tantas lecciones. La primera es resaltar cómo una familia en la más absoluta precariedad económica es capaz de colocar en el escenario de lo prioritario el estudio de sus hijos. Nada hay para ellos más importante que la escuela. La vivienda, la alimentación, el empleo, en fin, todo lo que normalmente se conoce como necesidades básicas, son cuestiones secundarias para esta familia, porque lo primero es prepararse para ser “alguien en la vida”. Por fortuna, hallaron en la ciudad una buena oportunidad de estudio para sus hijos, y alrededor de la opción educativa buscan satisfacer sus otras necesidades que las consideran complementarias. Esto, definitivamente, es una muestra irrefutable de la confianza que tienen en la educación como vehículo de equidad social.
La segunda reflexión tiene que ver con esa expresión tan común de los padres hacia los hijos y que en esta historia cobra vida: “…para que seas alguien en la vida”. Al escuchar este clamor, recuerdo con algo de nostalgia que también he sido su destinatario en algunas ocasiones, y me surgen entonces algunos interrogantes: ¿qué es ser alguien en la vida?, ¿es posible hoy en día ser alguien?; ¿es necesario ir a la escuela para ser alguien en la vida?, ¿está la escuela preparada y diseñada para asumir esta responsabilidad?
Mi papá fue un gran hombre, un ser humano maravilloso, de una sabiduría increíble, y solo fue a la escuela un par de años. ¿No alcanzó entonces a ser alguien en la vida? Mi madre nunca asistió a la escuela y fue el ser humano más maravilloso que yo haya conocido; su humildad, su bondad, su sencillez y su inmensa capacidad para amar hicieron de ella el mejor suceso de mi existencia. Como nunca fue a la escuela, ¿no alcanzó a ser alguien en la vida?
Pero si la expresión se refiere a acumular éxitos, logros, títulos que nos conllevan a empleos dignos, buenos ingresos y una excelente calidad de vida, siento que cunde la desesperanza y tendremos que inventar otra fórmula para vender la educación, toda vez que las calles están llenas de desempleados que han acariciado las mejores lisonjas académicas, y no han encontrado espacio en el mundo productivo. Por lo tanto, ¿cuál es la motivación real que tienen los jóvenes hoy para cursar estudios de formación básica, media, de pregrado y postgrado, dado que quienes han pagado a costos de fatiga estos logros se encuentran actualmente en la más absoluta incertidumbre laboral y económica?
Este es un asunto de alta complejidad en el diseño de la nación y del cual nunca se ha ocupado el parlamento colombiano. Por eso, desde esta tribuna exhorto al nuevo Congreso de Colombia para que actualice la agenda con el país educativo, pues han transcurrido varias décadas sin escribirse renglón alguno.


Que pasen al tablero

Viernes, Febrero 11, 2022

Se adelanta por estos días en todo el país la contienda electoral que el próximo 13 de marzo elegirá los nuevos integrantes del Senado de la República y la Cámara de Representantes; como es ya costumbre, abundan los candidatos de todos los perfiles, partidos políticos, comunidades religiosas, movimientos cívicos y ciudadanos, grupos ecológicos, raciales, indígenas, comunidades de libertad de género, en fin, existe una amplia y variada representación de la ciudadanía matizada por sus intereses, prioridades y su misma naturaleza. Sin embargo, como pasa siempre, la educación se convierte en la preocupación de todos, pues no hay discurso, ni programa alguno que no la involucre como eje fundamental de sus propuestas y de su plataforma ideológica. Prioridades en infraestructura educativa, dignificación de la labor del maestro, renovación de las prácticas escolares, desarrollo de más y mejores competencias, bilingüismo, inclusión, entre otras, conforman el variadísimo menú de quienes aspiran al parlamento Colombiano, en un afán imperioso por conquistar al país educativo y obtener el favor electoral, es decir, el respaldo en las urnas.
Dicho esto, que pasen al tablero todos aquellos que hoy aspiran al órgano legislativo de Colombia; que pasen al tablero de la escuela y sin ambages respondan dos interrogantes para que el pueblo sepa reconocer quienes son, como lo decía el gran presentador de humor de la televisión colombiana: Alfonso Lizarazo, aquellos que “llevan una escuelita en su corazón”. En este caso, lo primero que deben responder aquellos que ya han sido parlamentarios, diputados, concejales, alcaldes, gobernadores, es qué han hecho por la educación en los cargos o posiciones que han ocupado, sencillamente, porque no podemos creer en la promesa de alguien que ya ha tenido la oportunidad y no ha hecho nada. Este informe de su gestión en materia educativa nos dará la oportunidad de valorar frente al tablero lo bien hecha que les quedó la tarea. Pero adicionalmente, deben pasar al tablero a contarle al país educativo lo que harán por la escuela desde el parlamento colombiano en caso de alcanzar la curul que así los acredite, eso sin lugar a dudas, nos servirá para la próxima rendición de cuentas. Desde luego, a esos compromisos hay que hacerles seguimiento, la ciudadanía está en el derecho y en la obligación de hacerlo, máxime en el campo de la educación, donde regularmente somos invitados a la fiesta, pero no alcanzamos la celebración.
Quiero además aprovechar esta ventana de opinión, para decirles a los candidatos que la agenda educativa de este país no solo es abundante, sino apremiante. A continuación, les entrego algunos datos que validan la reciente afirmación: en materia académica y de organización escolar, la última ley importante que se ha tramitado en el Congreso de Colombia fue hace 28 años, la Ley 11 de 1994; el plan de estudios que se encuentra vigente en Colombia tiene más de 200 años de implementación; la vocacionalidad de la educación en el país no cuenta con una ley que la ampare y que la desarrolle, estamos hablando de la pertinencia de la educación para una nación; los tres grados de formación preescolar en Colombia fueron aprobados desde 1994, 28 años después no se han implementado; la formación media técnica se encuentra a la deriva, hay quienes la llaman “mediotecnica”; aún no se logra en Colombia consensuar una norma que desarrolle las escuelas normales como primeras formadoras de maestros; hace más de 20 años ingresan a la carrera docente en Colombia profesionales en áreas diferentes a la educación, sin formación pedagógica.
Finalmente. como dice el maestro Julián de Zubiría Samper, si bien es cierto que la calidad de la educación pasa medianamente por la calidad de sus maestros, también urgen políticas públicas que posibiliten una escuela en condiciones de dignidad y eficacia, porque no solo quienes pueden pagar altos costos merecen educación de calidad, ¡los pobres de Colombia también merecen aprender!


“Rector, esto merece es una foto”

Viernes, Enero 28, 2022

Comienza el nuevo año escolar al ciento por ciento de presencialidad, y con él son evidentes los innumerables rostros de emoción y esperanza, pero también los gestos inconfundibles de preocupación y miedo. Los primeros porque es el anhelado regreso luego de casi dos años de no estar juntos, y los segundos por el temor al contagio y por lo impredecible de su desenlace. En lo particular, debo manifestar que, a pesar de estar totalmente de acuerdo con el regreso a la presencialidad, sí me preocupa el bajo índice de vacunación de niños y jóvenes y la masificación tan apresurada de este proceso de aprendizaje. Bien se pudo regresar por grupos más pequeños para haber podido llevar a cabo un proceso pedagógico de inducción e inmersión más efectivo y protocolariamente más seguro.
En este escenario es muy usual, por lo menos en algunas instituciones educativas, la presencia de importantes filas de personas en espera de atención a una solicitud de cupo de matrícula. En una de aquellas, hoy privilegiadas, se encontraba el rector atendiendo las demandas de la comunidad, y en la fila estaba un niño de ocho años quien con su señora madre aspiraban a un cupo para grado tercero de básica primaria. Tan pronto llegó su turno, se dirigieron hacia la mesa de atención, tomaron asiento, saludaron y el niño cerró sus manos en señal de oración e inclinó levemente su cabeza hacia adelante. El rector respondió el saludo, revisó la documentación y le preguntó al aspirante:
—¿Por qué se quiere trasladar de colegio?
La mamá intentó responder la pregunta, pero el rector la interrumpió solicitando al niño que contestara el interrogante.
—¿Que por qué me quiero cambiar? Ay rector, si le contara, ¡son tantas cosas!
—Cuénteme —dijo el rector.
—Rector, juzgue usted mismo. Nosotros los pobres tenemos muchas dificultades para conectarnos a internet. Imagínese que yo me quedaba hasta una hora o más esperando que esa ruedita parara y me dejara entrar a la clase donde la profe y mis compañeritos estaban ya hace rato. Cuando eso pasaba mi alegría era inmensa, pero inmediatamente recibía el regaño de la profe, quien además de ridiculizarme ante todo el grupo, me desconectaba de la clase. Imagínese, rector, esperando más de una hora para ingresar y que la profe en menos de dos minutos lo saque a uno, no sin antes meterle el regaño… Me sentí maltratado.
Luego del relato del niño, el rector hizo algunas reflexiones y le preguntó:
—¿Armando, usted sí es capaz de aguantar el nivel de exigencia de este colegio?
—Sí, rector estoy seguro. Ma, me he aguantado a mi papá… ¿no?
El rector autorizó su matrícula, Armando se persignó y miró al cielo. Le extendió el puño al rector diciendo:
—Rector, usted es una calidad. ¡Cuál puño! Esto merece es una foto, ¿me permite?
Nuestra ciudad atraviesa una situación muy particular en educación: la matrícula desciende en el 90 % de los colegios mientras en el otro 10 % se presentan elevadas demandas que sencillamente no alcanzan a ser atendidas por la insuficiencia en la oferta de los cupos. Este fenómeno requiere un análisis detallado y considero necesario adelantar estudios al respecto, porque el fenómeno en lugar de atenuarse se intensifica cada año. Pero creo indudablemente que en la anécdota que comparto hoy encontramos la causa más importante: son muchos los niños y los jóvenes como Armando que no solo no encuentran una oferta académica pertinente que responda a sus expectativas, sino que además sufren carencias en sus instituciones educativas. Carecen de afecto, carecen de comprensión, carecen de diálogo, carecen de solidaridad, carecen de oportunidades, carecen de motivación, carecen de consideración, y la decisión consecuente es irse a buscar ese espacio escolar que por lo menos les garantice unas mínimas condiciones de estabilidad emocional para poder avanzar en su apuesta académica.
A todos los maestros, estudiantes, padres de familia y directivos, les deseo muchos éxitos en esta nueva aventura escolar que empieza y que juntos logremos que no haya más tragedias como la de Armando en nuestras escuelas. 


Si fuéramos como niños

Viernes, Diciembre 3, 2021

La escuela tuvo que afrontar intempestivamente muchos retos durante la pandemia. Un hecho inédito en la historia de la escuela pública fue el préstamo de equipos de cómputo y de textos escolares a los padres de familia. Debido a que los inventarios en las instituciones educativas se protegen con tanto celo, a veces ni siquiera se permite que las ayudas educativas cumplan la finalidad para la cual fueron adquiridas, pues existe el temor de que se pierdan o no se conserven en perfecto estado de funcionamiento. Impedir el propósito de estos medios educativos es un craso error que no se justifica en los temores de quienes los administran. Es más, debo manifestar que el balance de este ejercicio, en general, es muy positivo y no se creía que los padres supieran responder por los bienes confiados; no solo los han aprovechado para el beneficio escolar de sus hijos, sino que también los han regresado de manera oportuna y en buen estado. Me parece que esta experiencia es digna de ser resaltada, porque abiertamente contradice aquel refrán de la sabiduría popular tan afincado principalmente en el escenario de lo público: “Lo que nada nos cuesta, volvámoslo fiesta”.
Jesica es una niña de preescolar. Afectada en la presencialidad, tuvo que acudir al préstamo de un computador para habilitar sus condiciones de trabajo virtual en casa. Se adelantaron los trámites institucionales de rigor y el préstamo del equipo fue autorizado. Durante todo el 2021, la niña pudo beneficiarse del portátil, aun estando finalmente en presencialidad. Luego de iniciado el proceso de devolución, la mamá de la niña se presentó a la institución educativa con el aparato totalmente averiado, rayado y en pésimas condiciones. Al ser informado de la novedad, el rector citó a la acudiente y presidió una reunión de la cual participaron la profesora, el coordinador, la acudiente y la niña. La señora adujo que un día salió de casa y al regresar encontró el equipo dañado; que seguramente se les había caído a los niños. Agregó, además, que no tenía forma de responder económicamente por su reparación.
La escuela, en cabeza del rector, hizo las reflexiones pertinentes y de manera hábil e inteligente la profesora le preguntó a la niña: “Cuéntanos cómo se te cayó el computador”. La niña, inocente y espontáneamente, contestó: “No, profe, fue que mi papá lo agarró a patadas”. La señora no tuvo más alternativa que reconocer la verdad revelada por su hija. Seguidamente el coordinador le preguntó a la señora: “¿Y su esposo que explicación le dio?”. Y ella contestó: “Que era un problema mío, que al fin y al cabo era a mí a quien me lo habían prestado”.
Muchas conclusiones y comentarios podemos extraer de este pasaje del día a día de la escuela, los cuales podrían llevarnos al encuentro de bellas lecciones y reflexiones. Pero tal ejercicio lo dejo al escrutinio de cada uno de los lectores, porque estoy seguro de que en cada uno de ellos podrá florecer un mensaje diferente. Por mi parte, quiero quedarme con la limpieza, la transparencia, la inocencia y la pulcritud de Jesica. Su diáfano e impoluto mensaje tiene una variedad de matices: es la verdad absoluta y no la relativiza, aunque afecte a su propio padre; no la matiza ni la maquilla, aunque sea su propia madre quien queda encubriendo una mentira. Además, la confesión de Jesica es un gesto de confianza, de credibilidad y de apoyo a su maestra, pues supo identificar que ella era quien procedía correctamente y no sus padres, el uno por sinvergüenza y la otra por pusilánime.
Jesica me hace pensar que si fuéramos como niños y dijéramos la verdad, si fuéramos como niños y asumiéramos las consecuencias de nuestros actos, si fuéramos como niños y respetáramos los bienes públicos, si fuéramos como niños y gratificáramos con nuestros actos a quienes nos sirven, si fuéramos como niños y procediéramos con rectitud, seguramente la sociedad no estaría inundada de tanta plaga que la corroe y la hace inviable. ¡Qué gran ejemplo y qué magna lección nos deja ella! Gracias, Jesica, con solo cinco añitos ya has escrito páginas memorables en la enciclopedia de la vida.


¡Valió la pena la voladita, profe!

Viernes, Noviembre 19 , 2021

Siempre he sostenido que una serie de actividades de enorme importancia se da cita alrededor de los desarrollos curriculares y académicos de la escuela. Ellas no solo permiten experiencias enriquecedoras para los estudiantes en el campo de los aprendizajes, sino también gratos momentos que permanecen en la galería de los bellos recuerdos. Me refiero al centro literario, al grupo de danzas, al grupo de teatro, al grupo de liderazgo, a los juegos intercalases, a los juegos intercolegiados, a las ferias de la ciencia, a los concursos de saberes, entre muchas otras. Revisando un poco las mecánicas de estos procesos, encuentro que todos tienen dos características comunes: la primera, el estudiante siempre es un sujeto dinámico, y la segunda, él es quien protagoniza la función sustancial del aprendizaje. Bien vale la pena, entonces, incorporar estos elementos a los desarrollos regulares del aula.
Por lo anterior, los invito a que echemos una mirada a algo que acaba de suceder en la versión 2021 de los juegos intercolegiados. Estos fueron un desafortunado remedo de lo que debe ser esta cita deportiva escolar que, lamentablemente, se caracterizó por la improvisación, la desorganización, la poca competencia y el desarrollo de un calendario que parecía más un afán por cumplir que el fruto de la convicción de desarrollar unos juegos que permitieran la sana práctica del deporte y el encuentro amistoso de la familia escolar alrededor del fragor de la competencia y la lucha legitima por los trofeos.
Como de costumbre, tuve la oportunidad de asistir a algunos escenarios para ser testigo de excepción de esta magna experiencia. Debo decir que perdí varios viajes porque los partidos fueron cancelados a última hora.
Minutos antes de empezar la semifinal de fútbol-sala entre dos equipos de colegios públicos, me enteré de una situación lamentable e increíble. Cuando el profe del otro equipo advirtió que me encontraba entre la escasa delegación del equipo contrario, presurosamente se dirigió hacia mí y me dijo: “Señor rector, vengo del colegio. Me tuve que volar con las niñas, porque la coordinadora no me dio permiso para venir a jugar. Ya me hizo perder por doble W la semifinal con las chiquitas, y así es muy jodido. Me da mucha envidia. Mire su colegio, todas completitas, barra y hasta el rector las acompaña. Su equipo es muy bueno, ya es campeón. Si pierdo con ustedes solo por dos goles, quedo feliz. Bueno, señor rector, lo dejo, esto va a empezar”.
Honestamente, yo estaba convencido de que situaciones como las del profe ya no sucedían. Creía que era un asunto del pasado. La escuela ha sufrido, entre muchos otros males, el flagelo de castigar a los niños con la prohibición de hacer aquello que les gusta y que, además, hacen bien.
En una ocasión dije que “los mejores” están fatigados de que los escojan para todo: para izar bandera, para el club ecológico, para la brigada de los primeros auxilios, para monitor del curso, para representante estudiantil, para la feria de la ciencia, para el centro literario, en fin, a los mejores no les queda un minuto para asistir a clases. Mientras tanto, a los estudiantes de más bajo rendimiento académico se los condena eternamente a la clase. No pueden salir del aula. Para ellos no es posible una representación, una participación, una delegación, pues pareciera que son estudiantes regulares del aula de clase y, por eso, les está prohibido “perder tiempo” en cualquiera otra actividad; ni siquiera pueden asistir a un torneo deportivo en representación del colegio, a pesar de que poseen la voluntad y las condiciones técnicas para llevar a cabo una decorosa representación.
La juez dio el pitazo inicial. Los equipos salieron al centro de la cancha. Uno desfilaba con nueve jugadoras impecablemente presentadas, mientras que el equipo de la fuga, de muy precaria y lánguida presentación estética, alcanzó a infiltrar solo las cinco jugadoras reglamentarias. Comenzó el partido. A los dos minutos, el equipo de la fuga ganaba 1 a 0. La motivación, la rabia y el descontento tan profundo que tenía el profe alcanzaron a contagiar a las niñas, y salieron a vencer. Cinco minutos más tarde y el marcador registraba 2 a 0. Así se jugó todo el partido: era la técnica, la estética y el buen jugar del equipo perdedor contra la fuerza, las ganas y el tesón del ganador. Al final, 3 a 1 terminó el partido, y el equipo de la fuga se fue a la final.
Profe, valió la pena la voladita, y aunque me tocó perder, recibo esta derrota con dignidad y satisfacción: usted y sus niñas nos han dejado una gran lección de humildad, convicción y tenacidad.


Un drama nacional

Viernes, Noviembre 5 , 2021

Empezamos la recta final del año lectivo en Colombia. Todos los años egresan del sistema educativo aproximadamente seiscientos mil colombianos, quienes reciben de los colegios públicos y privados del país su diploma de bachiller que les certifica haber aprobado satisfactoriamente los niveles de educación preescolar, básica y media. Pero ¿qué sucede con ellos después de ser acreditados por las autoridades educativas nacionales y de someterse al tan cuestionado examen de Estado, hoy denominado prueba Saber 11? El 40 % de los bachilleres logran ingresar a la educación superior. De este total, el 40 % se matriculan en instituciones que cuentan con acreditación de alta calidad, mientras el otro 60 % lo hacen en instituciones que no poseen este reconocimiento otorgado por el Ministerio de Educación Nacional. Esta realidad en sí misma es dramática, porque la calidad de la educación en la mayoría de las instituciones de educación superior no es la mejor, y la situación empeora cuando el 52 % de los estudiantes que ingresan a instituciones acreditadas no termina su proceso de formación profesional y solo el 8 % del total de egresados como bachilleres alcanza a culminar exitosamente sus programas de pregrado en una institución de alta calidad.
En cifras absolutas, esto quiere decir que del total de bachilleres anuales que genera el sistema educativo en Colombia, solo cuarenta y ocho mil termina exitosamente su programa de pregrado. Y sería pertinente hacerle un seguimiento a esa cifra de egresados de la educación superior en términos de vinculación laboral en su disciplina de formación, continuación de estudios de postgrado, emigración del país, pero esto sería motivo de otro análisis. Por ahora digamos que estamos ante un sistema que deja regados en el proceso de formación a 552 mil bachilleres del total que egresa cada año. Esto equivale a decir que nuestro sistema escolar tiene una tasa de ineficacia del 92 %.
A todas luces, estas cifras constituyen un drama nacional, al punto de que podemos afirmar categóricamente que ninguna empresa u organización de la naturaleza que sea en el mundo es viable a la luz de estos indicadores. Y el drama crece al saber que ni a las autoridades educativas, ni a los legisladores, ni a los maestros pareciera importarles la situación, es decir, el país educativo nacional permanece impasible ante esta cruenta realidad que se volvió sistemática y crónica, de suerte que se repite cíclicamente sin compasión alguna. Las causas de este penoso drama son varias y comprometen responsabilidades de muchos actores de la vida escolar del país. Uno de ellos está asociado a la falta de orientación profesional y vocacional, que es una de las causas estructurales de este fatigoso asunto.
La orientación vocacional de los bachilleres en Colombia es una ignominia. Es de tal pobreza que esos mismos seiscientos mil bachilleres presentan sus pruebas Saber 11 para definir su futuro vocacional. Y para demostrarlo, basta un ejemplo: “Tomás, ya estás terminando once, ¿verdad?”. “Sí, tío, gracias a Dios”. “¿Y qué piensas estudiar?”. “Pues, tío, estoy esperando los resultados del Icfes a ver para qué me alcanza”. Este diálogo es muy común hoy en Colombia, y parece ser la radiografía y la expectativa de quienes hace dos meses presentaron el examen y esperan ansiosos para definir su futuro. No en vano una de las causas principales de la deserción en la educación superior es, precisamente, que los estudiantes cursan un programa “que no es lo de ellos”. Este asunto tiene infinidad de matices e implicaciones, y por eso exhorto a todo el país educativo para que hagamos frente a este drama y tratemos de acabar la horrible noche que viven nuestros jóvenes colombianos.


Al filo de la emoción

Viernes, Octubre 22, 2021

Desde hace algunos años, se han venido extinguiendo de las escuelas los profesores que siembran terror a sus estudiantes para demostrar su superioridad cognitiva y su autoridad. La calificación era el arma más poderosa para hacer viable su gobernabilidad en el aula. Son los mismos que, en lugar de despertar en sus estudiantes la curiosidad, el interés y la alegría de ir a la escuela, les generan ansiedad, timidez y temor. Sin embargo, después de la pandemia, estos profes han quedado sin espacio alguno en la escuela y han tenido que optar por dedicarse a otro oficio o, en su defecto, modificar sustancialmente sus prácticas pedagógicas incorporando en ellas las más modernas lecciones de las pedagogías positivas, es decir, enseñar con el filo de la emoción y hacer del cultivo de las emociones una de las principales estrategias formativas.
Durante muchas décadas, la escuela padeció el influjo de esa corriente del terror que tanto daño nos hizo a centenares de personas. Basta con recordar por un momento si como estudiantes tuvimos que someternos a algún “profesor cuchilla” y cuáles cicatrices dejaron en nuestras vidas. Este ejercicio no es difícil y estoy casi seguro de que a la memoria se nos viene una imagen, sobre todo si fueron varios los profes que en nuestra vida estudiantil nos hicieron padecer los efectos de sus necias exigencias.
Pero con la pandemia una lección ha quedado clara: lo más importante es la conservación de la vida y, con ella, de la felicidad. En efecto, los niños felices dan mejores resultados, y por eso atender las emociones, el interés y la motivación se ha vuelto más importante y prioritario que el aprendizaje específico de las disciplinas del saber.
Si bien es cierto que los niños en las escuelas y los trabajadores en sus empresas tienen el deber de estudiar y de trabajar, respectivamente, no es menos cierto que ambos tienen derecho en sus propios ambientes a ser felices, bajo la convicción de que esto los hará más saludables y productivos. En Japón, por ejemplo, un país al que se le reconocen y admiran tantas virtudes en materia de productividad, innovación e investigación, los jóvenes no soportan los altos estándares en su modelo de vida y sus elevadas exigencias, al punto de que es la nación con la tasa más alta de suicidio juvenil. El mayor número de casos se presenta hacia finales de agosto y principios de septiembre, época que coincide exactamente con el inicio del año escolar. Esto nos debe llamar la atención, máxime cuando las investigaciones concluyen que el temor al fracaso y la evasión a convertirse en una vergüenza nacional están llevando a los jóvenes a tomar la fatal decisión.
Es necesario y urgente incorporar en los aprendizajes el manejo inteligente de las emociones. Las vivencias y experiencias que realmente emocionan a nuestros estudiantes no pueden estar pasando solo por fuera del colegio. Tenemos que convertir la escuela en un centro donde gravita buena parte de la vida emocional de nuestros estudiantes. Cuando los niños se enfrentan a ambientes académicos que cercenan y sacrifican sus talentos, sus pasatiempos y sus intereses, se genera un alto nivel de frustración, estrés y ansiedad. Y por eso estamos convocados a hacer todo lo contrario, para que el niño aprenda a ser feliz y tenga las herramientas e inteligencia emocional necesarias no solo para resolver las diferentes situaciones de su contexto escolar, sino también para ganar confianza en sí mismo, tranquilidad y seguridad.
A propósito, ¿la felicidad se aprende? Estudios especializados y rigurosos concluyen que el 50 % del índice de felicidad es aprendido de los entornos que lo posibilitan, en tanto que el otro 50 % es hereditario. Por esta razón, la Universidad de Harvard tiene en su plan de estudios una cátedra sobre la felicidad, que ha sido de las más solicitadas en los últimos tiempos. De modo similar, algunos colegios en Colombia han implementado esta innovación curricular, y de ello hablaré en nuestro próximo encuentro. Por lo pronto, dejo una pregunta para la reflexión: profe, ¿pasa algo en su clase que sea realmente emocionante para sus estudiantes o tal vez lo más interesante para ellos es pensar en el recreo?


Maestra sí, tía no

Viernes, Octubre 8, 2021

El pasado 19 de septiembre se cumplieron los cien años del natalicio del maestro Paulo Freire, pedagogo y pensador brasileño que defendió la pedagogía crítica, un movimiento del cual fue un gran exponente. La verdad, los aportes que le hizo a la educación y el legado que nos dejó a los maestros del mundo son muy amplios y generosos; pienso, en consecuencia, acusándome en primer lugar, que los maestros nos hemos quedado bastante cortos no solo en el conocimiento de su brillante producción intelectual, sino también con su difusión y aplicación. Ojalá esta reflexión sirva como un humilde homenaje a su gran obra.
Dentro de esta se encuentran títulos como Pedagogía del oprimido, La educación como práctica de la libertad y Cartas a quien pretende enseñar. En este último libro, publicado hace veinte años, Freire nos habla a los maestros sobre los aspectos más delicados de la practica educativa, y lo hace con la firmeza y la generosidad que siempre lo caracterizaron. El autor escribe con magistral pluma diez cartas con destino a todos los maestros del mundo, y por eso todos los que nos dedicamos a enseñar deberíamos conocer la obra que inspiró el más sentido homenaje de la comunidad internacional. Convocados por el Centro de Investigación Iberoamericano en Educación – CIIEDUC y la Red Latinoamericana de Diálogos Coloniales e Interculturales, el pasado 30 de septiembre se reunieron algunas delegaciones de más de veinticinco países y ciento veintiún autores para tributar homenaje a la vida y obra de Freire y presentar ante el mundo un documento escrito titulado 100 cartas para Paulo Freire de quienes pretenden enseñar.
Este es un contundente testimonio de la vigencia de sus magistrales lecciones y un vivo compromiso para perpetuar su gran producción que se prodigó generosa en la vía de la dignificación del maestro. Sin duda, en Cartas a quien pretende enseñar, Freire desarrolla la idea de “maestra sí, tía no”, con el propósito de dignificar la tarea del maestro y de significar que la labor pedagógica de formar a un ser humano no es confiable a la tía buena. Y no se trata de denigrar o menospreciar a la tía, sino de ponderar la labor del maestro. En tal sentido, dice: “Enseñar es una profesión que implica cierta tarea, cierta militancia, cierta especificidad en su cumplimiento, mientras que ser tía es vivir una relación de parentesco. Ser maestra implica asumir una profesión, mientras que no se es tía por profesión”.
Una de las cartas que Paulo Freire escribe a quienes pretenden enseñar la titula: “Vine a hacer el curso de magisterio porque no tuve otra oportunidad”. La cito porque considero que nos viene bien justo en estos tiempos que enfrentamos; he dicho en los tintos de maestros, llamados por otros “corrillos pedagógicos”, que quienes no están en “esto” por vocación y convicción la deben estar pasando muy mal. Aquellos profes que ejercen hoy la docencia porque no tuvieron otra oportunidad deben sentirse sometidos cada día a una mortificación, hoy más que nunca en las condiciones que habita la escuela en medio de la pandemia.
Ser maestro no es una posibilidad en la vida, es mi vida la que inspira ese magisterio. Dice el mismo Freire: “La práctica educativa, por el contrario, es algo muy serio. Tratamos con gente, con niños, con adolescentes o adultos. Participamos en su formación. (…) Podemos contribuir a su fracaso con nuestra incompetencia, mala preparación o irresponsabilidad. Pero también podemos contribuir con nuestra responsabilidad, preparación científica y gusto por la enseñanza, con nuestra seriedad y nuestro testimonio de lucha contra las injusticias a que los estudiantes se vayan transformando en presencias notables el mundo”.
Cuando Freire nos habla de la profesión docente como una militancia, nos está exhortando a un compromiso muy profundo con la sociedad y con nosotros mismos. Pienso que ahí se centra la reflexión que propongo en esta ocasión y que espero sea aceptada por todos aquellos que leen este mensaje y quienes, a partir de ahora, son destinatarios de las diez cartas que hace más de veinte años Paulo Freire nos envió a todos los que pretendemos enseñar, no como tíos, sino como maestros.


Heridas para siempre

Viernes, Septiembre 24, 2021

Después de unos breves meses de regreso a la presencialidad escolar, son muchas y muy generosas las manifestaciones de estudiantes, docentes y padres de familia respecto a las gratas sensaciones que tienen con el anhelado retorno. “Volver” es el verbo de moda y su conjugación ha desgarrado expresiones cargadas de emoción y esperanza. Por supuesto, comparto el afán por el regreso y vivencio a diario sus inmensas bondades; fue lo mejor que nos pudo haber pasado en estos tiempos difíciles y convencido estoy de que debimos abrir las escuelas mucho antes.
Pero en esta ocasión no es de los beneficios del regreso que quiero proponer la reflexión, sino sobre los inmensos daños y deterioros que ha causado el cierre de las escuelas por más de un año y medio. A diario conocemos una gran cantidad de casos sobre cómo la pandemia hizo estragos en la vida de nuestras comunidades; daños de todo tipo: económico, afectivo, sentimental, de salud física y emocional. Reparables, unos; irreparables, otros (tales como la pérdida de varios miembros de una misma familia y hasta la desaparición casi absoluta de otras). En fin, la tragedia ha estado matizada por paisajes diversos, pero siempre con las improntas del dolor, la desesperanza y la impotencia.
La historia que hoy voy a contar implica estas huellas. Días atrás, me enteré de que uno de los coordinadores de un colegio abordó al director y le dijo: “Señor rector, me gustaría que se diera una habladita con una estudiante, la siento muy deprimida y creo que tiene una historia trágica, de esas que movilizan el corazón de un maestro”. El rector agendó de inmediato una cita para el día siguiente, aunque siempre pensó que el caso, el de una adolescente de quince años que cursa noveno grado, era una más de las tristes historias que ha dejado la pandemia, pero nunca que iba a escuchar de sus palabras una condición de vida tan trágica y menos aún en un entorno tan sombrío.
Cuando entró a la oficina, le dio la bienvenida, la saludó y le planteó varias preguntas: ¿en qué grado estás?, ¿hace cuánto que estudias en el colegio?, ¿dónde vives y con quién? La estudiante respondió religiosamente cada pregunta, pero la última respuesta llamó poderosamente la atención del director: “Desde que volvimos al colegio —dijo ella— vivo con mi mamá”. Ante otra pregunta, la adolescente explicó que tuvo una pieza alquilada en la galería, porque su mamá le había dicho que, como no estaba estudiando, tenía que trabajar, de modo que se tuvo que ir con ella, quien le enseñó a ejercer la prostitución.
Y no siendo suficiente esta desgracia, continuó la joven: “Pero me cansé de pasarle toda la plata a mi mamá, y por eso decidí independizarme y terminé trabajando para mí. Cuando ya podíamos regresar al colegio, le dije a mi mamá que volvía con ella si me dedicaba a estudiar. Yo quiero ser una gran psicóloga”.
Permítanme, por favor, resaltar tres hechos de esta historia que me parecen de especial trascendencia: el primero, la ausencia de presencialidad escolar provocó el inicio de la prostitución de una menor de tan solo quince años; el segundo, por sentirse explotada, decidió independizarse (“decidí trabajar para mí”, dice la joven), y el tercero, en medio de su monumental tragedia, la niña tiene el sueño de ser una gran psicóloga.
No entraré a informar las acciones que desde el colegio se han tomado, porque no es el propósito del artículo. La reflexión que pretendo proponer a partir de este caso tiene que ver, inicialmente, con la vocación del maestro frente al nuevo sentido de la presencia escolar, porque es imposible que nos dediquemos a enseñar sin que tengamos a un sujeto con las condiciones necesarias que garanticen su aprendizaje.
La estudiante de nuestra historia puede tener el sueño de ser una gran profesional, pero si sus maestros no se ocupan por conocer e intervenir su desgracia en la medida de sus posibilidades, no habrá aprendizaje posible. Su tragedia, su dolor y su angustia tienen que ser parte de la agenda del maestro, mas no un simple elemento del paisaje. Necesitamos con urgencia hurgar en nuestros estudiantes qué pasó con ellos en la pandemia, y aunque es importante tener ojos de esperanza frente a lo que significa el regreso, es imperioso conocer los rasguños y las heridas que en ellos ha traído este oscuro momento de sus vidas. Únicamente así podremos esperar a que mañana, en la cima del triunfo, de ellas solo queden nobles cicatrices.


Credo pedagógico

Viernes, Septiembre 10, 2021

El pasado sábado, Miguel Ángel Santos Guerra publicó su tradicional columna semanal en El Adarve, un blog personal en el que comparte sus ideas y reflexiones pedagógicas y educativas. En su bello artículo, titulado “Mi credo para un nuevo curso”, expone magistralmente dieciocho puntos que sintetizan las que debieran ser las firmes convicciones de un maestro; puntos que, además, podrían convertirse en el faro iluminador de la actuación pedagógica.
Allí, alude al filósofo estadunidense Jhon Dewey, la figura más representativa de la pedagogía progresista y el precursor e inspirador de la enseñanza centrada en el niño, quien en “Mi credo pedagógico” dice: “Creo (…) que la educación es un proceso de vida y no una preparación para la vida futura. Creo que la escuela tiene que representar la vida presente: tan real y vital para el niño como la que lleva en su hogar, en el vecindario, o en el patio del recreo. Creo que una buena parte de la educación actual fracasa debido a que se niega ese principio fundamental de la escuela como una forma de vida comunitaria”.
Inspirado en el credo de Dewey, el maestro Miguel Ángel construyó su propio credo, del cual deseo compartir tan solo un fragmento: “Creo que el aprendizaje se produce cuando alguien quiere aprender, no cuando alguien pretende enseñar. Por eso es tan importante despertar el deseo de aprender, avivar el amor al conocimiento. El verbo aprender, como el verbo amar, no se pueden conjugar en imperativo”.
Considero que estamos ante un par de documentos muy valiosos que deberían trascender de la simple literatura a la práctica pedagógica de los maestros. Ambos pedagogos dejan una sensacional provocación que sin lugar a duda es necesaria en el ejercicio de nuestra docencia si de verdad estamos comprometidos con la dignificación de la escuela como una forma de vida comunitaria que constituya una experiencia vital para los niños.
Tanto Dewey como Miguel Ángel hacen referencia a la pertinencia de la escuela. ¿Por qué es importante asistir a ella? ¿Qué sentido tiene la escuela en la vida del ser humano? ¿Cuál es su utilidad presente? ¿Nuestra acción docente aviva los aprendizajes o fortalece la enseñanza? ¿Despertamos en nuestros estudiantes el deseo de aprender? ¿Aún se conjuga el verbo aprender en el modo imperativo que impone el maestro o en el hermoso subjuntivo que incorpora el deseo del estudiante?
Invito a quienes creen que la educación es la piedra angular del desarrollo social y moral de una sociedad, a los piensan que la profesión docente no se puede desempeñar adecuadamente sin pasión, en fin, a todos los maestros de vocación, a que construyan su propio credo pedagógico. Asimismo, muy saludable y pertinente sería que cada escuela adoptara su propio credo, en el cual deberá recoger toda la apuesta teleológica que implica la gestión escolar.
Dewey publicó su credo hace más de ciento veinte años y Miguel Ángel en él se inspiró. Sus principios siguen vigentes. A pesar de todos los avances de la tecnología, a pesar de que el sistema escolar nos pide a gritos cambios revolucionarios para superar la tradicional escuela del siglo XIX, a pesar de que los planes de estudios son impertinentes para dar respuesta oportuna a las urgencias del presente, a pesar de que no sabemos qué deben aprender los niños hoy para enfrentar su vida futura, a pesar de todo esto, nunca esta de más intentar crear un conjunto de ideas y preceptos pedagógicos que faciliten la conquista de la felicidad humana y justifiquen la vigencia de la escuela. Y puesto que los verdaderos cambios provienen de adentro, de lo más íntimo, si cada maestro piensa en su propio credo pedagógico, quizá, pueda tener la más bella lección de pedagogía que jamás haya encontrado en tratado académico alguno.


Detrás de la escuela

Viernes, Agosto 27, 2021

Muchos elementos se han revaluado en los entornos educativos y escolares a propósito de la pandemia: la discusión sobre los contenidos y las competencias, la esencia pedagógica de la evaluación, la importancia de la presencialidad escolar, la eficacia de las plataformas virtuales, la gestión del maestro, y un largo etcétera. A pesar de que la historia de la escuela se partió en dos después del coronavirus, hoy deseo resaltar una función invisible de la escuela que seguramente ha estado con nosotros, pero que, tal vez, nunca la hemos advertido porque no hace parte de su currículo formal. ¿Cuántas experiencias maravillosas se desarrollan alrededor de la escuela, mas no de su currículo? El inventario que se puede hacer es muy amplio, pero basta un ejemplo.
“Rector, es urgente volver a la escuela. Estos chicos abandonaron los buenos hábitos, dan las cinco de la tarde y no se han bañado, comen en cualquier parte, estudian debajo de las cobijas, no hacen deporte, mi hija ya no se arregla, y hace más de un año no la veo coger un libro”. Transcurridas tres semanas: “Rector, estoy feliz, mi hija volvió al colegio, lleva quince días asistiendo, a las seis de la mañana está arreglada y sencillamente hermosa, volvió a ser la misma de siempre, se alimenta en el comedor, estudia en la biblioteca. ¡Esto es un milagro!”.
En un primer momento, esta anécdota real es el grito desesperado de una madre que siente cómo la falta de presencialidad escolar le ha arrebatado a su hija valores tan importantes como la estética, la urbanidad, los buenos modales, los bellos hábitos, el cuidado personal, el amor a la lectura, la puntualidad, en fin, una serie de atributos que en épocas normales ella exhibía con lujo de detalles y que habían quedado por fuera de su cotidianidad; pero, en un segundo momento, constituye el grito de júbilo, la gran satisfacción por el regreso a la escuela, porque con él han regresado esas bellas costumbres que permiten contemplar a un ser humano más allá de su condición meramente animal; la escuela ha llegado al rescate de los hermosos hábitos de la hija.
Este significativo pasaje de la vida de una familia permite alimentar una reflexión que tiene una buena cantidad de interpretaciones y acepciones, pero que deseo enfocar hacia las dimensiones insondables de la escuela: ni siquiera los propios maestros somos plenamente conscientes de la amplia gama de procesos que evolucionan de manera natural y adyacente a los desarrollos escolares formales, y que además parecieran darse casi de manera mágica. Y estos procesos desbordan el currículo, no se dan en el aula regular de la escuela, pero se gestan en las aulas naturales de la escuela de la vida. Por eso, grandes momentos en el desarrollo evolutivo del ser humano permanecen en el registro memorable de los escenarios escolares: un amor, una amistad, la práctica de un deporte, la afición a la música, un hobby, el gran paseo, la despedida soñada, la grata reconciliación, la mejor fiesta, el gran paseo, por mencionar solo algunas de grata recordación. Asimismo, perduran otros no tan gratos, aunque no por eso menos importantes como valiosas lecciones de vida: el ridículo de mi vida, la gran decepción, las huellas de la ingratitud, la pérdida de la final, la fiesta a la que no me invitaron, o, simplemente, aprender a vivir sin mis grandes amigos, un hecho que era impensable y del cual ahora solo quedan recuerdos.
Acontecimientos como el recreado en este artículo abundan hoy en las escuelas de Colombia: chicos que habían perdido su felicidad a causa de la escolarización virtual han vuelto ahora a sonreír. Y me pregunto entonces: ¿qué hay detrás de la escuela?, ¿por qué esa movilidad que subyace a la agenda escolar oficial alcanza logros tan trascendentes? Considero que abrir la escuela para que los niños vuelvan a sonreír ha valido mucho la pena.


La cesta de mi vida

Viernes, Agosto 13, 2021

Verónica cursaba noveno grado en un colegio público de la ciudad. Era introvertida, callada, algo indescifrable en su comportamiento, y vivía en condiciones familiares de alta vulnerabilidad económica y social. Se sostenía académicamente dentro de niveles muy básicos, más como incidencia y afectación de asuntos socioemocionales que de equipaje intelectual, porque a fe que tenía mucho más.
Un día llegó con una crisis al colegio, era muy notoria su afectación y fue atendida. Su cuadro psicoemocional era crítico y sin tregua. En la noche anterior, se había cortado uno de sus brazos con una cuchilla y había tenido un intento de suicidio. El colegio activó las rutas de atención, que involucra todas las entidades encargadas de velar por la protección de la niñez y la juventud. Citas, exámenes, entrevistas, medicamentos y controles estaban al día, pero no lograban mejorar el estado anímico de Verónica, quien seguía practicándose el cutting como desahogo a sus frustraciones.
El profe de educación física se percató e interesó por el caso, y solicitó autorización para intervenirlo. Desde entonces se inició un proceso de recuperación casi inmediata de la niña, quien rápidamente descubrió en su profesor a un ser humano que la escuchaba, la entendía, la protegía, la ayudaba y le ofrecía otra manera de enfrentar sus crisis, sus temores y angustias: el deporte. Él encontró, además, que la identidad sexual atormentaba a Verónica, quien estaba enamorada de la niña más bonita del grupo, pero esta ni siquiera como amiga la veía con buenos ojos: era un patito feo.
El profe Julio dirigía el equipo de baloncesto que participaba en los juegos intercolegiados, y como parte del tratamiento la invitó a practicar con el equipo y a que hiciera parte de los entrenamientos. Este fue el comienzo de un proceso de franca recuperación. Asimismo, revisaba periódicamente los brazos de la niña y de vez en cuando la veía lacerada. “Si no te vuelves a hacer daño y cuando de esto solo queden las cicatrices, te pongo en un partido de campeonato”, le dijo. Esta promesa, además, era un estímulo a su perseverancia y disciplina: Verónica llegaba de primera a los entrenamientos y nunca faltaba, pero como no era una niña de proceso, sus condiciones competitivas eran mínimas a pesar de su gran y notable esfuerzo.
Llegó el día. Ella jamás se volvió a hacer daño, y en sus brazos y piernas solo quedaron cicatrices que son testigos de su pasado. El profe decidió cumplir la promesa. Se jugaba una semifinal en el campeonato intercolegiado. El partido estaba muy apretado, con una diferencia de uno o máximo dos puntos, a veces a favor, a veces en contra. El último cuarto avanzaba por la mitad, el profe estaba angustiado no solo por el marcador, sino también por Verónica, a quien tenía que ingresar. Pero las mínimas diferencias no le permitan tregua. A pesar de esto, tomó la decisión, pidió el cambio y Verónica entró a la cancha. “Lo hice convencido de que podía perder el partido, pero igualmente seguro de que, si no lo hacía, se perdía mucho más: una vida”.
Recuerdo perfectamente el episodio. En un momento del partido, Verónica recibió el balón fuera de la bomba, miró al profe, quien nunca le perdió la mirada y le hizo señas de lance. Ella giró su cuello, miró el aro y lanzó con total convicción, con una seguridad inesperada que le permitió una canasta de tres. Fue una sensación indescriptible. El profe Julio saltó de la emoción y ella lloró como si con este acierto hubiera terminado la horrible noche de su vida. ¡Ganamos el partido!
Verónica organizó unos conversatorios de liderazgo, fue personera estudiantil, se ganó una beca para cursar estudios de educación superior en cualquier universidad del país y egresó con meritorios honores.
Hace pocos días volvió a su colegio. Próxima a terminar su pregrado, es una persona feliz, con un presente maravilloso y un gran futuro. Hoy es una bella mujer, y no sé dónde quedó aquel patito feo. Al lado de su pareja ha tejido sueños que le han permitido borrar un pasado repleto de angustias, pero que cambió en un partido de baloncesto, en un coliseo, al lado del profe Julio, quien tatuó su destino. Huellas que permanecen imborrables y no dejan ver las cicatrices de sus desgracias. Así como el video de su memoria permanece incólume, también la imagen viva de la cesta que cambió su vida para siempre.
Profe Julio, Verónica tal vez no ganó la prueba de baloncesto, pero sí aprobó con merito el examen de su vida. Usted entendió eso, y puso entonces la mejor nota.


La profe y el paramédico

Viernes, Julio 30, 2021

“Señor rector: buenas tardes. Espero que usted se encuentre muy bien. Le escribo desde el hospital. Ando malita de salud. Pero en medio de este difícil suceso, le escribo para contarle que me he encontrado con el mejor paramédico. Me ha cuidado como a su propia madre y me cuenta que siente un profundo afecto por usted y los profes del colegio. Aclara, eso sí, no por todos. Me confiesa que le salvamos la vida y que las infinitas oportunidades que le dimos lo arrebataron del mundo de la delincuencia y la drogadicción. Está profundamente agradecido y dice que me cuidará no menos de lo que nosotros lo cuidamos a él”. Junto a esta nota, la profe me envía la foto del joven paramédico.
En 2011, llegó al colegio un niño de esos que muy rápido se convierten en personajes institucionales, sencillamente porque no pasan inadvertidos y son de conocimiento general a pesar de las múltiples diferencias. Pedrito entró a cuarto de primaria y vivía con su abuela, una señora de avanzada edad y con múltiples dificultades de salud. Sus condiciones económicas eran muy difíciles y estaba rodeado de factores de alto riesgo y vulneración psicológica, emocional y social. Era tal el grado de desolación que rodeaba su vida que, para quienes creemos en la divinidad, encontrábamos en ella la única razón por la cual él estaba en la escuela, y para quienes no, forzosamente hallaban una razón por encima de lo natural.
En lo personal, Pedrito tenía unas maneras muy particulares: era atrevido, despierto, espontaneo y no tenía dificultad alguna para confrontarme a mí como rector, si era necesario para buscar mejores condiciones. Cierto día, recuerdo, entró a mi oficina: “Señor rector, buenas tardes. Por ahí lo he visto mucho en las noticias al lado del gobernador y del alcalde. ¿Y eso para qué? Eso no sirve de nada. Mire, ya estamos a qué, a 18 de marzo, y esta es la hora que no hay almuerzo, y esta (se señala el estómago) no da espera”.
Junto a un puñado de maestros, entendimos que en el proyecto de vida de Pedrito había una misión fundamental para cumplir. Más allá de las tareas de la escuela, nos dedicamos a rodearlo de condiciones económicas, psicológicas, académicas, sociales y hasta vocacionales. Decidimos entonces competir contra los andenes de la droga y de la delincuencia, porque solo había dos opciones en su vida: los patios de la escuela o los patios de la cárcel, y formamos alrededor de su vida, en la medida de nuestras posibilidades, un “cerco” que lo acompañara a caminar por los senderos de la educación.
No fue fácil, fundamentalmente porque Pedrito estaba invadido de muchas carencias. A falta de todos los reconocimientos, incluidos los paternos, encontró en la escuela y en mi consideración un momento extraordinario en su vida para alardear de su posición estratégica y enrostrársela a quien fuera; situación por supuesto nada fácil de manejar en un entorno escolar, donde los propios afectados eran profesores y directivos, quienes en defensa propia organizaron también un grupo buscando su expulsión, dados sus altos niveles de insolencia.
Otro día ingresó tarde a la clase de uno de los profesores que estaban incomodos con él. “Señor Tangarife, ¿qué son estas horas? ¿Dónde está su autorización?”. Guardó absoluto silencio, dio media vuelta y se dirigió a la rectoría. “Señor rector, que si puede subir un momento al grupo, donde el profesor Hurtado”. Acudí al llamado y mientras ingresábamos al salón de clase, señalándome, dijo: “Profe, ¿es suficiente?”. Así era Pedrito. No era gratuita la animadversión que se ganó de algunos.
Quienes se desencantaron de él, tenían innumerables razones; estaban siendo realmente justos. Otros profesores estaban por encima de la justicia y evidenciaban la misericordia; pudieron más las urgencias de Pedrito que sus imprudencias.
En medio de esta situación que se mantuvo así por siempre, logró aprobar grado noveno. Pedrito integraba la brigada de primeros auxilios desde sexto, y con su nivel de educación básica secundaria aprobado se hizo conductor paramédico. Hoy labora para una entidad de salud y le prodiga a su maestra de cuarto grado de primaria todas las atenciones y cuidados que ella merece y requiere.
Pedrito se ha salvado de habitar los patios de la cárcel. Y aunque no habita tampoco los patios de la escuela, recorre como un hombre de bien los patios de la vida. Gracias, profes, a todos, incluso a quienes Pedrito alcanzó a irritar. Seguro estoy de que ustedes también hacen parte de su historia.


Profes, al tablero

Viernes, Julio 16, 2021

En el artículo anterior diserté sobre la urgencia de alistarnos rigurosamente para el regreso a la escuela. Hice especial énfasis en las condiciones de seguridad ambiental y las sanitarias, los ambientes físicos, el saneamiento básico y el agua potable, la ventilación y la aireación de espacios, la dotación de implementos de aseo y la asepsia, las redes de conectividad y la infraestructura tecnológica, es decir, todo el conjunto de elementos que hacen que la locación escolar ofrezca las garantías básicas de protección y bioseguridad. Al final, también sugerí que no eran menos importantes las garantías pedagógicas y didácticas de la “nueva escuela”.
Las primeras condiciones son responsabilidad absoluta de las autoridades administrativas, léase Alcaldía, Ministerio de Educación Nacional, entre otras, mientras que las segundas corresponden a una competencia indiscutible de la escuela, sus maestros y directivos. Considero, entonces, que la historia nos ha solicitado pasar al tablero y presentar un gran examen.
Para todos es claro que hemos estado frente a una escuela desactualizada, descontextualizada y poco pertinente, y aunque la pandemia validó, precisamente, el verdadero sentido de la presencialidad escolar, asimismo quedó demostrado que hay infinidad de tareas que pueden llevarse a cabo con éxito en forma virtual o remota, de modo que es urgente optimizar y priorizar los tiempos de la presencialidad escolar, pero no para cumplir una jornada o mejorar per se los indicadores de escolaridad, sino para generar los cambios pedagógicos necesarios que permitan responder a las exigencias del siglo XXI.
La escuela es un escenario de encuentro y hasta hoy se ha ocupado de un sinnúmero de actividades, proyectos, tareas, ejercicios y dinámicas que resultan estériles, enajenan el interés de los estudiantes e incentivan vicios y actitudes que desfiguran la esencia formativa de la educación. Por esta razón, es fundamental poner las obligaciones en orden: el gobierno a responder por la logística y el equipamiento, y los maestros, por la pedagogía, el currículo y la didáctica. Seguro estoy de que esta apuesta nos viene bien, porque podemos albergar la esperanza de que es posible construir una nueva escuela; el gobierno garantizando el edificio físico y los maestros, el edificio pedagógico.
Al respecto, es pertinente la respuesta que dio Julián de Zubiría cuando fue cuestionado por el modelo educativo ideal. Ante la pregunta ¿cómo debería ser la escuela hoy?, contestó lo siguiente: “El ser humano piensa, ama y actúa. Considero entonces que la escuela debe desarrollar tres competencias básicas: pensar, comunicarse y convivir. Pensar las preguntas de la vida, comunicarse leyendo, escribiendo, escuchando, y convivir en el reconocimiento de la diferencia, del pensamiento divergente. La escuela hoy, por ocuparse de enseñar tantas trivialidades, ha descuidado lo esencial, lo básico”.
Considero que el maestro de Zubiría no nos entrega las respuestas del gran examen, pero sí nos ubica en la dirección acertada para encontrarlas: la búsqueda de esas respuestas no responde a fórmulas exactas como aquellas que nos tuvimos que aprender de memoria, pero que jamás supimos para qué servía (la fórmula general para resolver ecuaciones de segundo grado constituye un buen ejemplo), sino que cada maestro en su desarrollo disciplinar, en el contexto de sus estudiantes y en la apuesta intencional de su escuela es quien debe construir su propia “fórmula” y darle sentido a su práctica pedagógica.
Un ejemplo: en la música es muy importante que el estudiante aprenda a interpretar un instrumento musical, y en ese sentido el profe tendrá que diseñar estrategias didácticas que procesualmente vayan perfilando este logro, pero esto no es suficiente, falta lo trascendente: ¿cómo desarrollar el pensamiento a través de la música?, ¿ cómo aprovechar la música para expresar y comunicar emociones, sentimientos e ideales?, ¿cómo hacer de la música un instrumento de paz y un espacio de sana convivencia? Porque quedarnos solo en la interpretación de un instrumento implica reducir la escuela a una tarea de instrucción y no de formación, y que el docente se desentienda de su rol de maestro y ejerza un rol de instructor, el instructor crea interpretaciones, el maestro forma sinfonías, en la nueva escuela deben resonar nuevas melodías que se acoplen sinfónicamente con las partituras de la vida. En medio de tanta tragedia y desesperanza, es bueno que la vida nos ponga esta cita y nos permita a los maestros, pedagógicamente hablando, ser los arquitectos de la nueva escuela que hoy y desde hace décadas necesitan los niños y jóvenes de Colombia.


No hay que llegar primero, hay que saber llegar

Viernes, Julio 2, 2021

Luego de quince meses de cierre de las escuelas con motivo de la pandemia de la COVID-19, y de decretarse el regreso a la presencialidad escolar a partir del próximo 6 de julio, se vive en todo el país una gran competencia por figurar en las primeras páginas de la gran prensa nacional. Municipios y departamentos quieren ser los primeros en abrir las puertas de las escuelas. A su vez, los colegios compiten por ser los pioneros en la apertura de sus aulas. Entre tanto, el Ministerio de Educación Nacional (MEN) y la Procuraduría General de la Nación emanan circulares presionando el pronto regreso y anunciando medidas sancionatorias para aquellos que no acaten la orden del regreso. En este orden de ideas, el Ministerio de Salud emitió la Resolución 777; el MEN, la Directiva n.° 5 y la Procuraduría, la Directiva 012, las cuales contienen los anuncios perentorios para el regreso.
Al respecto, quiero aceptar el sabio consejo del arriero de don Vicente Fernández: “Que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”. Considero que nos viene bien para el momento que estamos viviendo: de incertidumbre, de miedos, de riesgos. Seguramente habrá algunas objeciones respetables. Estamos de acuerdo con que volver a la escuela es un imperativo en bien de los niños. La afectación que este prolongado aislamiento del entorno escolar ha dejado en la vida de nuestros infantes es inconmensurable. Por esta razón, todos sin excepción deberíamos ser muy proactivos para hacer posible el regreso, pero como bien lo dice el sabio arriero: no es una competencia, no es una carrera, no es quien llegue primero. Es cómo llegaremos juntos, cómo arribaremos seguros, cómo combatiremos los miedos. Ahí subyace la gran diferencia.
Después de todo lo que nos ha pasado, no debemos seguir fomentando discriminaciones y señalamientos. Como bien lo dice nuestro santo padre, el papa Francisco: se trata de cruzar juntos en la misma barca estos días de tempestad y abordar la orilla lo menos rasguñados posible.
Autoridades educativas, padres de familia, profesores y directivos debemos estar comprometidos en la alianza para el regreso. Todos debemos ser muy generosos con la intención, pero muy exigentes con las condiciones. Exigir el ciento por ciento en el cumplimiento de las condiciones no puede leerse como algo negativo. Quien se ocupa de vigilar celosamente el cabal cumplimiento de esos requisitos está siendo un vigía responsable de la seguridad, la salud y la vida de todos. A veces, por correr, por llegar primero, omitimos detalles que, en esta situación específica, pueden llegar a ser fatales y cuando alguien decanta esas omisiones es señalado de opositor y contestario.
Quiero convocar a todos los actores de la escuela, incluidas las autoridades y los entes de control y fiscalización, a que sean ese colectivo que con total objetividad evalúe en detalle el cumplimiento cabal de las condiciones que estos actos administrativos contienen y sean ellos quienes impartan el visto bueno y la autorización para abrir la presencialidad en este segundo semestre del 2021. Y si llegara a suceder que una o varias de las escuelas aún no están a punto para el retorno, ¿cuál es el problema? Nos damos un tiempo y ajustamos el proyecto a los protocolos exigidos.
Todos en el país deberíamos estar profundamente comprometidos con el regreso; pero, más aún, con un retorno seguro, amable, confiable, intencionado y responsable. No podemos darnos el lujo de regresar de cualquier manera. Los niños deben encontrar una escuela cálida, afectuosa y profundamente humana. La escuela para ellos y sus maestros ya no es el edificio, no es la estructura física; la escuela para unos y otros tiene sentido en el otro, en su presencia, en su convivencia, en sus afectos. Por ello, apelo a la sensatez para que en un gran esfuerzo colectivo alistemos la escuela con la que los niños han soñado todos estos días de ausencia.
Obviamente, ese alistamiento no solo abarca condiciones físicas y ambientales, también pedagógicas, curriculares y una apuesta didáctica. Los maestros, como expertos de la pedagogía, también debemos ocuparnos afanosamente de profundos interrogantes que hoy yacen en medio de los albores del retorno: ¿qué les ha hecho falta a los niños durante este distanciamiento?, ¿qué quisieran aprender en la escuela y no pudieron virtualmente?, ¿cuáles son las principales virtudes de los maestros que los tutoriales nunca lograron reemplazar?, ¿cuál es la agenda escolar que da sentido a la presencialidad? Profes, vamos avanzando en la reflexión. De esta nos ocuparemos en nuestra próxima cita.


Un SOS por los niños

Viernes, Junio 18, 2021

La trasgresión y el irrespeto al tiempo de estudio de los niños en Colombia no conoce límite y es una desgracia nacional de la cual nadie se ocupa. Los días de clase se alteran con pasmosa facilidad ante los ojos de toda una nación que, impávida, consiente esta tragedia. Uno que otro columnista se refiere al asunto de vez en cuando y hasta allí llega la lamentación. Pareciera existir un pacto siniestro en contra de los tiempos escolares, pareciera que todos los actores de la vida nacional tuvieran licencia para disponer y afectar negativamente las clases de los niños. Veamos.
El Ministerio de Educación Nacional no muestra afán alguno por concertar con los dirigentes sindicales de los maestros sus justas (en la gran mayoría de las veces) reclamaciones, no importa si con esa desidia prolonga indefinidamente la ausencia de escuela para los niños de Colombia. A su vez, los sindicatos de los maestros no encuentran otra forma distinta a suspender la escuela para exigir sus derechos, aunque con ello violen el derecho fundamental a la educación de los niños en beneficio de la defensa de sus propios intereses. Por su parte, las autoridades educativas dilatan pasmosamente los tiempos para nombrar las vacantes de los docentes y cercenan con ello el cabal cumplimiento del derecho a la educación; adicionalmente, citan de manera recurrente a jornadas de capacitación en tiempo escolar, lo cual diezma los tiempos escolares. Pero como si todo esto fuera poco, en los hogares de nuestros niños cualquier novedad, por mínima que sea, es suficiente para que no asistan a la escuela y se afecten sus procesos de aprendizaje.
Faltan porque la mamá tiene cita médica, porque viene la tía de España, porque llega el papá y hace dos meses no lo ve, porque van a visitar a la abuela, porque nació el hijo de la tía Julia, porque está lloviendo mucho, porque vamos de trasteo al nuevo apartamento, porque hay que alistar maletas para el viaje, en fin, podríamos agregar cualquier cantidad de causas domésticas y pretextos para que los niños se ausenten de la escuela. Parece una caricatura, y efectivamente lo es, porque retrata la realidad nacional y quebranta el espíritu de quienes somos dolientes de la escuela y con desbordada pasión sufrimos sus angustias.
Luego de mes y medio de estar los niños sin clase, los maestros regresan a la escuela por orden sindical. Pero ¡oh sorpresa!, los niños están de vacaciones. Esta situación ocurre solo en la educación oficial, mientras que la educación privada está al día en presencialidad y respeta los tiempos escolares; aún más, están por encima de los tiempos del desarrollo curricular ordinario y tienen una variadísima oferta académica extraordinaria en materia de escuelas de formación, deportiva, artística, cultural y científica. Mientras los niños de la escuela oficial esperan sin saber cuándo llegará su maestro, quienes asisten a la escuela privada desarrollan competencias, afianzan aprendizajes y se preparan para ser los dueños de las escasas oportunidades.
Con esta situación es absolutamente imposible cerrar las brechas de inequidad. Los ricos seguirán siendo los dueños y los pobres, en el mejor de los casos, sus inquilinos. Yo no entiendo por qué la educación de calidad, un aspecto que pertenece a la dimensión política de la sociedad, es afectada negativamente por toda una nación, incluyendo a sus propios maestros que, en defensa de sus legítimos derechos, condenan a los niños a perpetuar su pobreza y su miseria.
Yo quiero hoy hacer un llamado de auxilio en favor de los niños de Colombia. Propongo que maestros, sindicatos, gobierno, parlamento y sociedad en general hagamos un pacto en defensa de los tiempos escolares; que fabriquemos el día en que, ante cualquier eventualidad nacional o local, los hospitales y las escuelas sean las primeras instituciones en ser protegidas y las últimas en ser afectadas. Sueño con el día que cerrar las puertas de la escuela a un niño en Colombia sea tan grave como negar la asistencia hospitalaria a un paciente en riesgo de muerte. Si valemos por lo que sabemos, de alguna manera privarnos del saber es otra manera de morir.


Profe, ¿qué escuela quieres para tus hijos?

Viernes, Mayo 7, 2021

“Rector, ¿por qué a los niños que van bien no los tienen en cuenta para estar en la escuela en forma presencial? Ellos también quieren venir”. Esta fue la expresión de un padre de familia que pedía que su pequeña hija fuera tenida en cuenta para hacer presencialidad escolar y que, debido a su alto rendimiento y a su excelente desempeño escolar, la maestra había relegado 100 % a la virtualidad para priorizar en presencialidad a los niños que, por sus carencias y deficiencias, demandaban de manera urgente los encuentros personalizados. ¿Cómo ha cambiado la vida? ¿Cómo ha cambiado la escuela? ¿Cómo ha cambiado la educación? Veamos.
 Antes, los niños sobresalientes eran tenidos en cuenta para cuanta actividad y delegación se presentaba: club de lectores, brigadas de primeros auxilios, club deportivo, grupo de teatro, grupo de danzas, centro literario, comité científico, feria de la ciencia, grupo juvenil… En fin, a los mejores de cada curso apenas si les alcanzaba la jornada para cumplir sus agendas como cancilleres escolares; de hecho, era usual que pasaran varios días sin asistir al curso porque sus compromisos extracurriculares no se los permitía. Por el contrario, los estudiantes con desempeños deficientes la única opción que tenían era el aula de clases, el desarrollo de los programas y la recuperación de todos sus pendientes académicos; por sus condiciones, no eran tenidos en cuenta en delegación alguna, aun teniendo virtudes superlativas para la actividad convocada: el mejor jugador de fútbol de la escuela se perdió la final interescolar porque había reprobado tres materias. Debo reconocer que la intención del profe siempre fue la mejor, mas no por ello andaba en lo cierto.
 Hoy, y más aún en tiempos de pandemia, los esfuerzos están centrados en aquellos que han respondido de manera más deficiente a los procesos escolares o incluso que no han respondido. Buscarlos, encontrarlos, conectarlos, asistirlos y acompañarlos son tareas apremiantes e inaplazables hoy para el maestro.
 Antes, los niños sobresalientes recibían como el mejor de los estímulos: abandonar la escuela, salir temprano, terminar unos días antes el año lectivo, quedarse en casa y no “tener” que venir a estudiar. Era un gran premio por su excelente rendimiento académico, mientras que aquellos estudiantes de bajo rendimiento no solo cumplían la jornada completa, sino que además tenían que asistir en tiempo extra, se quedaban hasta el último día de estudio del año lectivo, nunca se podían quedar en casa porque su mal desempeño escolar obligaba su presencialidad; la asistencia escolar era un castigo, una penosa obligación. Hoy, en cambio, ir a la escuela es un premio, ser tenidos en cuenta para la presencialidad escolar es una gran noticia para toda la familia; lucir el uniforme, empacar el maletín escolar y tomar el viaje hacia la escuela son hoy un grato placer. Para los más chicos y para los más grandes, para las familias más poderosas y para las más humildes, ir hoy a la escuela es un gran suceso que colma de satisfacción a toda la familia.
 Y podríamos seguir detallando ejemplos de cómo han cambiado la vida, la familia y la educación. Extrañamos muchas cosas que casi siempre teníamos con nosotros sin ser valoradas; además, nos ha tocado acostumbrarnos a muchas otras que antes ni siquiera resistíamos por lapsos mínimos de tiempo.
 Ha sido muy duro todo lo que hemos vivido. Afrontar la adversidad que nos impone la pandemia ha sido una prueba de difícil superación en todos los órdenes: físico, económico, social, cultural, laboral, profesional y psicológico. Pero estamos ante una valiosa oportunidad y nunca antes las condiciones estaban tan expeditas para transformar los ambientes con los cuales nunca hemos estado cómodos. Mahatma Gandhi decía: “Se tú mismo el cambio que tú quieres ver en el mundo”. Yo les diría hoy a mis colegas maestros, con la venia de este hombre maravilloso que nos ha dejado la historia: “Maestro, se tú mismo la escuela que tú quieres para tus hijos”.


Songo le dio a Borondongo

Viernes, Abril 23, 2021

En la sabiduría popular, cuando nadie quiere hacerse responsable de algo, cuando una acción regularmente punitiva no tiene doliente (porque a las positivas les sobran autorías), se acuña irónicamente la expresión que titula este artículo. Y creo que hace una magnífica representación de lo que sucede en la educación de la ciudad en los últimos tiempos, específicamente con la asignación de los maestros a las diferentes instituciones educativas.
 Durante el año 2020 hasta hoy, se han presentado vacantes en casi todas (por no decir todas) las instituciones, pero su cubrimiento ha tardado meses y no pocos: dos, tres y hasta quince y más. Retrocedimos tres décadas y regresamos a los tiempos aciagos anteriores a 1993, cuando en los diversos pueblos de la geografía nacional los maestros eran recibidos con papayera, chirimía y pitos de sirena, ya que era todo un acontecimiento excepcional, mas no el cumplimiento regular de una obligación estatal. En aquellos tiempos, los maestros mantenían sus sueldos atrasados, las nóminas desfinanciadas y las prestaciones embolatadas. De hecho, se acuñaba un dicho popular que rezaba: “más perdidas que las cesantías de un maestro”. Y todo porque no existía una norma que obligara a la nación a regular la financiación de la educación pública.
 Entonces el sueldo de los maestros dependía de las rentas locales, las mismas que tenían en los borrachitos las esperanzas salariales de los profesores. Llegó la Ley 60 de 1993 que, al tenor del artículo 356 de la Constitución Política de Colombia, definió el situado fiscal para garantizarles a las entidades territoriales la participación en los ingresos corrientes de la nación y cubrir los gastos en educación, salud, saneamiento básico y agua potable. Para desgracia de la educación colombiana, dicha norma fue modificada sustancialmente por la Ley 715 de 2001 que, a pesar de garantizar la financiación de la educación, ha sido perversa en la implementación de medidas econométricas que laceran de fondo la misión pedagógica de la escuela.
 Es necesario reconocer que estos dos actos legislativos mencionados han resultado saludables para la financiación de la educación, han contribuido a la estabilización de los gastos para el sector educativo y han solucionado significativamente los asuntos salariales y prestacionales de los maestros de Colombia. Y por eso no comprendo el porqué de las vacancias tan prolongadas de maestros en instituciones públicas de la ciudad. Son innumerables los días de estudio que han perdido nuestros niños, con la consecuente afectación que ello trae en los procesos de aprendizaje. Son muchos los maestros que hemos dejado de contratar, perdiendo una gran oportunidad para combatir las altas tasas de desempleo. Y por supuesto, son muchos los millones de pesos que hemos desaprovechado del Sistema General de Participaciones que, dicho sea de paso, no se ahorran; por el contrario, se pierden y desaprovechan, porque no son recursos propios que puedan hacer parte de los saldos favorables del balance. Habría sido muy pertinente la inyección de estos recursos para la reactivación de la economía local.
 La Secretaría de Educación dice que es responsabilidad del Ministerio de Educación Nacional, mientras que este indica que la administración de la planta docente es competencia autónoma de las entidades territoriales. Y en medio de estas vacilaciones quedan los niños: sin escuela, sin profesores, sin esperanza, esperando largos meses a que llegue su maestro.
Como en aquellos peores tiempos, me duele profundamente esta situación. Pero más me duele la indiferencia de quienes, con impávida indiferencia, renunciamos a proteger los tiempos de estudio de los niños, como lo exige nuestro deber. Ojalá que pronto aparezca el Abambelé de aquella memorable página musical y que cese ya esta horrible noche.


¡Rector, se están colando!

Viernes, Abril 9, 2021

Hasta que por fin un grupo de calificados maestros escucharon y atendieron el clamor de padres de familia y estudiantes para que les abrieran la escuela. Luego de más de un año de un ausentismo absoluto que si bien es cierto ha favorecido parcialmente la salud física de estudiantes y maestros, no es menos cierto que ha dejado saldos absolutamente negativos y perjudiciales en el bienestar psicológico y emocional de unos y otros.
Los estudiantes de una escuela pública están siendo convocados por sus maestros a jornadas presenciales. Como expertos en temas de pedagogía y formación, estos diseñaron una estrategia denominada “focos de interés”; se trata de agrupar a los estudiantes por características afines o intereses comunes, saliéndose de la vieja organización de grados, grupos, jornadas o materias: el mismo diseño escolar que lleva ya varias décadas de fracaso y que ahora ha quedado absolutamente depreciado.
Esta escuela ha sido absolutamente responsable con la calidad de sus decisiones que han sido colegiadas por su gobierno escolar; brinda total protección a los profes que no se encuentran en condiciones de hacer frente a la presencialidad; acata con rigor las exigencias en materia de bioseguridad y fomenta en sus profesores el diseño y la planeación de los diversos focos de interés que ameriten convocar a sus estudiantes. Los mismos profes son quienes convocan y suya es la decisión de a quiénes convocar. Las temáticas abordadas son ciento por ciento de su competencia y con total autonomía definen los tiempos de los encuentros, las frecuencias y las intensidades. Este ejercicio lleva tres semanas de aplicación bajo el esquema de pilotajes: pruebas de ensayo que son monitoreadas, evaluadas y rediseñadas si es necesario.
Quiero resaltar este ejercicio, ya que se enmarca en el uso responsable de la autonomía. Esta escuela ha decidido regresar, pero antes se ha preguntado: ¿para qué volver?, ¿quiénes deben volver? y ¿cuándo es prudente volver? Y la respuesta responsable a estos interrogantes ha sido la clave para darle sentido y pertinencia al quehacer escolar; encontrar las respuestas implica caminar en la misma dirección y en el mismo sentido de la vocación. Sin duda alguna, la principal tarea que tiene pendiente la educación en Colombia es: ¿para qué educar?
En todos los niveles de la educación existe un alto porcentaje de profesionales que no quieren desempeñarse en su área de formación; la deserción en la educación superior es cercana al 50 %; las tasas de desempleo de la inmensa mayoría de carreras y profesiones son insoportables; bastantes estudiantes que cursan programas de bachillerato pedagógico en las escuelas normales del país no quieren ser maestros; las tasas de reprobación en la educación media por pérdida de materias que nada tienen que ver con intereses vocacionales son altas; en fin, muchos son los hechos y las realidades que dan cuenta del colapso de la educación en Colombia atribuible a la carencia absoluta de definir políticas en materia de pertinencia y de vocación escolar.
Pero veamos algunos hallazgos interesantes del pilotaje comentado y que por su connotación me parece significativo evidenciar en este espacio: los profes que no están en condiciones de asumir el trabajo presencial han apoyado las tareas virtuales de aquellos maestros que están en la escuela atendiendo los encuentros presenciales. Ellos mismos han adoptado el trabajo colaborativo y solidario como una manera de equilibrar cargas laborales y facilitar el encuentro de un mismo propósito. Han desaparecido los miedos y los temores, y la responsabilidad en la organización de los tiempos, los espacios, los procedimientos y las metodologías ha garantizado la tranquilidad de maestros, estudiantes y padres de familia. Incluso se han escuchado expresiones tales como: “Me contagio más fácil yendo a la tienda”.
Como el aforo definido es de solo el 10 % de la capacidad total, esto obliga a que por cada foco de interés se citen máximo diez estudiantes. Cierto día el profe buscó angustiado al rector y le dijo: “¡Rector, se están colando!”. Esto nadie esperaba: varios chicos que no habían sido citados trataron de colarse, no querían perderse la escuela, como si se tratara del mejor de los conciertos o de una final de fútbol muy esperada. Creo sin temor que esta experiencia es un minúsculo presagio de lo que pasaría en nuestro país cuando construyamos una escuela al tamaño de los niños.


¡De regreso a la escuela!

Viernes, Marzo 19, 2021

Colombia es un país de polarizaciones. Lo que sucede desde hace tiempo en el escenario político también se da en otros sectores de la vida nacional. Me refiero específicamente al caso de la educación. En el artículo anterior comentaba que la escuela, los niños, los maestros y los padres de familia quedamos en la mitad del debate entre el Ministerio de Educación Nacional y Fecode: los primeros impetrando la alternancia bajo condiciones de inviabilidad, sin recursos, sin internet, sin aseadoras y sin organización métrica necesaria de los espacios, mientras que los segundos, en oposición absoluta, exigiendo unas condiciones que ni en la presente década sería posible cumplir. Pero lo más grave es que estos actores pareciera que no tuvieran la más mínima preocupación y afán por los niños, que con urgencia inaplazable necesitan retornar a la escuela.
Debo advertir que no comparto ninguna de las dos posiciones. La del Ministerio raya con la irresponsabilidad. En términos de política educativa, definitivamente en este país solo importan los indicadores, las cifras, las coberturas y las matrices; poco importan los niños, sus condiciones, necesidades y oportunidades, ni mucho menos sus angustias y tristezas. Pero tampoco estoy de acuerdo con la posición de Fecode, porque con ella se cierra la más mínima posibilidad de que los niños de las escuelas públicas de Colombia tengan al menos la esperanza de regresar este año.
Pienso que este momento histórico de la humanidad reclama la grandeza de los maestros y sus directivos. Estoy convencido de que nuestra vocación y la pasión por lo que hacemos nos permitirá estar por encima de nuestros dirigentes gubernamentales y sindicales, pues de cara a los niños ambos están equivocados. Invito a todos los maestros y a todas las escuelas para que generemos propuestas alternativas pertinentes que respeten el derecho de los profesores a cuidarse cuando se encuentran en condiciones de riesgo, pero que a la vez posibiliten el regreso de los niños a la escuela que tanta falta les está haciendo para intervenir las situaciones adversas que colateralmente ha producido la ausencia escolar.
El mundo entero está alerta y hoy clama por el pronto retorno a las aulas como un asunto de interés público de primerísima necesidad. No en vano diferentes organismos nacionales e internacionales se han pronunciado al respecto manifestando enfáticamente que si hacemos un retorno progresivo, responsable, tranquilo y amigable, son mayores los riesgos que corren los niños por fuera de la escuela que la posibilidad de contagiarse. Este argumento podría ser válido. Yo no lo discuto, pero tampoco lo comparto, sencillamente porque la escuela y los maestros no somos los responsables de la seguridad y del cuidado de los niños en tiempos extraescolares.
“La escuela no es una guardería de niños”, la escuela es un laboratorio de aprendizajes. Aquí está mi principal preocupación: los niños están asumiendo un altísimo riesgo de no aprender. Los maestros y la escuela tenemos un gran compromiso con los aprendizajes de los niños. Por eso, no podemos permitirnos regresar a épocas oscuras de la historia nacional cuando asistir a la escuela era un privilegio de clase social.
En los preludios del siglo XX, en medio de las guerras civiles, el índice de analfabetismo era del 86 %. La educación era un privilegio y solo asistían los hijos de algunas familias que podían atender los requerimientos de un sistema excluyente y perverso que negaba de facto cualquier posibilidad de promoción humana para los pobres de Colombia. Me preocupa inmensamente que hoy solo estén asistiendo a la escuela los niños de colegios privados, mientras los niños de las escuelas públicas continúan a la espera.
Volver a la escuela es un asunto de sensibilidad humana. Volver a la escuela es un tema de gran sensibilidad nacional. Volver a la escuela es un compromiso con las clases populares y con los hijos del pueblo. Volver a la escuela es una tarea pendiente con los niños de Colombia. Volver a la escuela es un imperativo moral para todo buen maestro.
¡Vamos a la escuela sin demora! ¡Vamos pues!


Una escuela al tamaño de los niños

Viernes, Marzo 5, 2021

A un año de la coyuntura histórica que nos ha correspondido vivir, en medio del confinamiento, el miedo, la crisis, la angustia y la desesperanza, pienso que lo más inteligente y práctico en este momento es irnos acondicionando para una nueva forma de vivir y de ser. Esta pandemia ha generado metamorfosis estructurales en todos los campos y dimensiones de la vida humana. La educación y la escuela no han sido la excepción, y estarían entre los sectores más afectados.
 Me he estado preguntando por el porqué de la organización de la escuela, el porqué del currículo, el porqué de su sentido; en fin, es como una búsqueda desesperada por encontrar de dónde han salido los diseños y dónde se han originado las dinámicas escolares que hoy necesitan profundas transformaciones. Y he encontrado en la reflexión que no ha sido precisamente en los niños. Esta aparente y controvertida respuesta no la he asimilado con facilidad, pero la comparto plenamente. Nuestra escuela ha sido pensada a la medida de todos, menos de los niños.
 El alto gobierno, hacedor de la política educativa, la ha pensado a la medida de sus indicadores macroeconómicos de desarrollo y del tamaño de sus necesidades de posicionamiento internacional. Los sindicatos la han pensado al servicio del bienestar y bien ser de los educadores, cosa que no está mal, solo que deja de lado al sujeto misional: los niños. Los padres, en medio de su poca o mínima participación, la han diseñado a la medida de sus costumbres, creencias y tradiciones. Y qué decir de las comunidades que regentan organizaciones escolares, pues sus doctrinas, sus filosofías y sus apuestas conceptuales determinan el tamaño de la escuela.
 Creo que estamos ante un momento excepcional para que, por primera vez en la historia de la humanidad, pensemos una escuela al tamaño de los niños. Y esta tarea tiene que ser gestada desde el seno mismo de la estructura de la escuela, con el maestro como su principal obrero y con un rector como director de la obra, quienes celosa y fielmente indagan en los rostros de sus estudiantes los finos trazos del nuevo diseño escolar.
 Ha sido histórico que las dinámicas de la escuela se queden suspendidas en medio del pulso institucional entre el alto gobierno y el sindicato de maestros. Varias décadas han sido testigos de este fenómeno. Ahora mismo el alto gobierno ordena el regreso a la escuela bajo el modelo de la alternancia, mientras que el sindicato la prohíbe y la condena.
Hace algún tiempo fue la jornada única: mientras el alto gobierno la impulsaba e imponía, el sindicato la rechazaba categóricamente. Y así podríamos retroceder décadas para validar estas perversas dinámicas que han perjudicado la esencia misional de la educación: los niños. Debo decir que ambos tienen razón desde la defensa de sus propios y más caros intereses; pero sus determinaciones no han estado afincadas en la defensa a ultranza del derecho a la educación de los niños, tal como debería dictar su compromiso misional.
 Finalmente, lo más grave es que las escuelas y los maestros nos hemos quedado impávidos a la espera de quién gana el pulso y no emerge de la escuela, como cuna de la pedagogía, una propuesta autónoma ni un proyecto alternativo generador de esperanza. Esa es precisamente mi invitación. Aprovechemos estos tiempos para construir, desde la escuela y nuestro sentir de maestros, algunos proyectos pedagógicos que respondan pertinentemente a las necesidades, las expectativas, los sueños y las ilusiones de nuestros niños. ¡Solo un verdadero maestro es capaz de construir una escuela al tamaño de los niños!


Las aulas de vida

Viernes, Febrero 5, 2021

“Rector, le escribe Patricia, la mamá de Jesica del grado X. Estoy desesperada. Me encuentro fuera del país tratando de generar ingresos para darle bienestar a mi niña, quien se encuentra muy afligida y hace poco atentó contra su vida. Es muy poco lo que puedo hacer desde aquí, por lo que acudo a usted para que me ayude y para que ustedes desde el colegio sean para mi hija la familia que no tiene en este momento y que tanta falta le hace, a tal punto que ha pensado en dejar de existir”.
Este es el relato de una madre desesperada que desde la distancia y ante la impotencia propia que rodea la situación, le pide a la escuela y a sus maestros que le ayuden a atender el problema vital de su hija, el cual no pasa precisamente por las matemáticas, las ciencias sociales o los idiomas, ni por ninguna lección de las áreas obligatorias u optativas. Se trata de lecciones más complejas que no hacen parte del currículo formal de la escuela: la desesperanza, la tristeza profunda, la angustia existencial, el desamor, la soledad, la pobreza afectiva y todas aquellas condiciones que laceran profundamente la salud mental y emocional del ser humano.
Considerando la complejidad del asunto, el rector, impactado emocionalmente, se entrevistó con Jesica y encontró a una niña profundamente sola, triste y sin hálito alguno para existir. Un cuadro de un desconsuelo absoluto que tendría que convocar la atención de cualquier maestro como efectivamente sucedió con el rector, quien intentó un complicado diálogo con Jesica. Ella, en medio de su inseguridad, apenas meneaba su cabeza tímidamente sin balbucear palabra alguna. Luego de muchos esfuerzos provocados por su denodado interés, el rector logró arrebatarle a la estudiante la causa de su profunda tristeza: “Desde febrero mi mamá tuvo que viajar a otro país a conseguir trabajo, en marzo empezó la pandemia, a los ocho días murió mi mascota y vivo sola con mi abuela, que tiene problemas mentales”. Durante esa corta pero intensa narración, Jesica lloró ininterrumpidamente y desnudó el dolor de su alma, seguramente buscando compasión. Para culminar la historia, la escuela activó todas las estrategias de atención para la niña y mantiene un seguimiento permanente del caso, agotando todos los medios institucionales e integrando algunas posibilidades externas.
He planteado este caso no solo por su marcado interés, sino porque probablemente existen muchos casos en la escuela que no conocemos o que, incluso siendo conocidos, son ignorados porque no resultan ser responsabilidad de nadie. La familia, si es que existe, dice que un problema semejante debe ser atendido por la psicóloga del colegio, mientras la institución plantea que es un asunto de disfuncionalidad familiar. Pienso que todos los maestros y escuelas tienen un compromiso con las realidades que atentan contra la salud psicológica y social de los niños. La familia, el Estado, la sociedad y la escuela están en la obligación no solo de garantizarles a los niños su salud mental y emocional, sino también su bienestar físico. Esto pareciera obvio, pero lamentablemente no es así. Estamos en un país y ante una sociedad que no protege los derechos de los niños, los atropella, los arriesga, los violenta, los abandona, los expone y los maltrata.
Profes, la lección más importante en el pénsum de la vida del ser humano es su propia felicidad. Al iniciar este nuevo año escolar les dejo algunos interrogantes que espero nutran la preparación de sus clases, cualquiera sea la asignatura: ¿Hay algún espacio en su plan de clases para combatir la tristeza y la desesperanza de sus estudiantes? ¿Hay momentos de su clase dedicados a sembrar semillas de felicidad? ¿Sus estudiantes están seguros de que usted se interesa por ellos, por su humanidad y éxito escolar? ¿Su propuesta curricular tiene como propósito que los estudiantes ganen su materia, ganen el año escolar o ganen su vida?
Niñas como Jesica tienen derecho a ser felices y los maestros tenemos allí una bella tarea para cumplir a pesar de tantos factores adversos. La misión del maestro no está por fuera de las aulas de la vida; todo lo contrario, es en esta donde recobra todo sentido y logra toda su trascendencia.


Con rostro de maestros

Viernes, Enero 22, 2021

Luego de un extraño receso, regresa el año escolar y con él un manojo de incertidumbres que presagian que este será otro año de complejidades iguales o más severas que las del anterior. Prueba de ello es la gran discusión que se da hoy en todo el territorio nacional acerca de la posibilidad de activar el regreso a la escuela sobre el modelo de alternancia que ha definido el Ministerio de Educacion Nacional: polémicas, discusiones, argumentos en uno y otro sentido, oposición radical de Fecode, y en el medio, los estudiantes y los padres de familia en una total desorientación.
Quiero compartir lo que pienso no solo como padre de familia, sino también como rector y maestro que lleva incrustada entre la piel y el alma una inagotable pasión por la escuela. Empiezo por señalar que, según el Ministerio, las entidades territoriales deberán evaluar y certificar la viabilidad del retorno luego de revisar el comportamiento de tres variables: los índices de ocupación de las UCI, los niveles de contagio y la densidad poblacional.
En un municipio, estas variables tienen un comportamiento similar en todos sus colegios. Esto significa que, en primera instancia, las autoridades municipales o departamentales son, según el caso, las que posibilitan o niegan el retorno escolar. Si lo autorizan, los gobiernos escolares, a través de sus consejos directivos, evaluarán las condiciones particulares de la institución, tales como: equipamiento, logística de seguridad, condiciones de salubridad, dotaciones de bioseguridad, preexistencias de los docentes, y ejerciendo la autonomía consagrada en la Ley 115 de 1994, tomarán una decisión específica y particular para la institución educativa; pero si la entidad territorial no viabiliza el retorno, el consejo directivo y los órganos del gobierno escolar no tendrán posibilidad de actuación alguna, y creo que es el procedimiento más conveniente para asumir las responsabilidades públicas frente a una decisión tan compleja.
Más allá de estos protocolos, hoy quiero invitar a los maestros, directivos y empleados de la educación a ir más allá de los lineamientos técnicos. Sea de manera presencial, virtual o en alternancia, la labor educativa trasciende cuando nuestra tarea docente la hacemos de cara a nuestros estudiantes, quienes sin vacilación alguna reconocen el rostro de un maestro. En el año 2003 el país discutía la conveniencia o no del Decreto 230, mismo que implantó la promoción automática; para entonces se dieron cualquier cantidad de foros, seminarios, talleres, tertulias, investigaciones, tesis, en fin, los más refinados académicos tomaron la palabra en este espinoso tema.
Recuerdo que le preguntaron a doña Teresa, una sencilla y humilde profesora de primaria de un pueblo abandonado de Colombia, qué pensaba sobre dicho decreto y cuál sería su afectación en la calidad de la educación. Dijo con sabiduría infinita: “A mí no me preocupan los decretos ni las resoluciones, a mí me preocupa cuando no sea capaz de mirar a mis alumnos con pasión de maestra, mientras así lo haga no importa el número del decreto o si lo han cambiado; yo seguiré haciendo lo que como maestra me dicta el corazón. ¿Y saben qué es? Atenderlos con amor, compromiso y vocación; un maestro, no un profesor, que así actué, jamás estará equivocado”.
Creo que esta respuesta nos viene muy bien para estos tiempos. Si como verdaderos maestros nos ponemos de cara a nuestros estudiantes y a sus necesidades, lograremos marcar sus almas y sus corazones para siempre; es la gran oportunidad de escribir memorables notas en la bitácora de sus vidas, poco o nada importa en la vida de un ser humano si la gran lección de su maestro estaba o no en los lineamientos curriculares o bajo qué norma se determinó. Lo que importa y trasciende en la vida de nuestros estudiantes es que la escuela y su maestro sean compañeros en el viaje de la vida. Y cuánto más si este se da en condiciones de adversidad y turbulencia.
¡Maestros: bienvenidos al vuelo 2021!